viernes, 11 de noviembre de 2011

Selección~~Sucede

Hoy una muestra de la cara que más me gusta de Sucede: Oscura pero con el toque de poesía.





Se le hizo añicos el alma (minicuento)

Ya no hay castillos en la isla de Tul, tras la caída del imperio, asesinaron al rey y a la reina y demolieron sus hogares. El pequeño aprendiz de ser humano, que ya no creía en princesas, volvió a creer cuando la vio. Sentada junto a las ruinas del castillo, la princesa contaba las estrellas en una noche rasa. - Contar todas las estrellas lleva un tiempo - pensó el aprendiz sin querer interrumpirla. Pero la princesa paró de repente de contar estrellas, ante la que más brillaba en el firmamento. - Esta es mi oportunidad - pensó el proyecto de humano. Se acercó a ella, que obnubilada aún por el candor de aquél astro, le dedicó su mejor mirada. La princesa y el casi humano se dedicaron sus mejores palabras, y el aprendiz volvió a casa con el corazón palpitando, pensando que Tul volvía a ser de colores. Pasaron los días y las noches contemplando las estrellas, hasta que un día amaneció nublado, unas nubes grises, casi negras, cubrieron el cielo. La noche fue igual que el día, y entonces, ante la imposibilidad de contemplar las estrellas, se miraron a la cara. En realidad, el aprendiz nunca había mirado a las estrellas, siempre, siempre le miraba a ella, a su princesa. Y entonces, cuando sus miradas se cruzaron, ella bajó la cabeza. El aprendiz se quedó helado, pues de la princesa se había enamorado. Entonces le preguntó, - ¿por qué bajas la cabeza? - A lo que la princesa le respondió, - porque otras estrellas iluminan mi sendero. Y desde entonces el aprendiz está petrificado junto a las ruinas del castillo. Dejó entonces de ser humano, para convertirse en piedra. Y a sus pies, junto a sus lágrimas, su alma hecha pedazos.


Instintos

Oscilante, la llama recapacita sobre que rincón iluminar de esta oscura habitación. Mientras, laten dos corazones al unísono formando un único torso. La brisa nocturna se filtra por una rendija imperceptible de la roñosa ventana, y el aluminio se torna frío cuando el sol abandona un día cualquiera de octubre, como si fuera hoy, o ayer, o tal vez mañana, pues el tiempo es sólo tiempo, nada más, es esperar a que las aguas se salgan del cauce para volver a él más sosegadas, lamiendo las aceras de nuestra cordura ilimitada. Piel, piel que cubre carne, que roza otra piel que cubre otra carne; terminaciones nerviosas que forman caminos no visibles entre tu alma y la mía. Besaré el musgo de tus amaneceres en mis anocheceres, y recorreré tus senderos como un zapador preparando el terreno aunque ese mismo barro en el que cava la zanja al final beba su sangre. Y el satén de tu mirada y el olor de tus sonrisas será la religión por la que nunca discuta. Quien dijo que volverían las oscuras golondrinas era un visionario, y entre plumas negras y arcillosos nidos puedo asegurar por fin, que estamos mucho más que vivos.


Incidencia 2341 de un alma en defunción

Se escapa por la comisura de mis labios, por debajo de las uñas y por los poros de mi piel. Es la incidencia dos mil trescientas cuarenta y una de esta alma marchita que porto. Y no hay luz que me alumbre ni brújula que me guie, porque estar acabado consiste en eso, en morir como un insecto aplastado contra la pared. Solsticios de invierno y de verano que tan solo consiguen alterar más una cordura ya de por sí desvencijada que se preocupa más de molestarme que de cualquier otra cosa. Dios, ¿estás? ¿Por qué no sujetas las lágrimas que se me caen? ¿Por qué no me concedes un tiro de gracia? Me duele todo. Y tú sin embargo, princesa, me sigues soplando, mitigando el calor de estás brasas que vomita mi corazón. Es demasiado tarde para solventar esta incidencia; la dos mil trescientos cuarenta y uno será la última que tenga.


Sin salida

¿Te acuerdas de mí? El que maldecía las horas e incluso los minutos. A tu lado, en ese lugar tan concreto les decía “Dadme más, dadme más”. Pero el tiempo, que perece, que subyuga ante el espacio como una sonrisa en el anfiteatro de tus penas, me ponía trabas, me insultaba, durando ni más ni menos que lo que tenía que durar. Y ahora ya no soy nada; un recuerdo, ni siquiera un recuerdo. Muerte bastarda, déjame en paz, ronda a tu puta madre. Con tu casaca hago pañuelos, pañuelos negros, negros, como un abismo imperecedero y letal. Pero si sale mal, si no encuentro la salida de este laberinto de tierra que me contiene y me descompongo como un susurro en el viento… ¿pensarás en mí?

Ocres mares

Los restos de las tempestades no siempre forman regueros de sangre. En esta ocasión sí; desde las impolutas telas algodonadas, hasta la ensangrentada blusa, hay un camino a base de gotas rojas que demuestra que en los amarillentos campos de trigo también se esconden tiburones. 


Agua

Agua - por Juanlu (http://dididibujos.blogspot.com/)
Gracias por ilustrar este microrrelato!

Clara. Mirada limpia, en general pulcra. A las tardes libra, aunque es acuario. Tal vez ese sea el motivo de su predilección por el agua. Se asoma al acantilado y se queda hipnotizada por el rumor de las olas al romper contra las rocas. Es tan cristalina que su disolución es completa tras la caída. Su ropa sobre la arena infiere conclusiones dolorosas que no lo son tanto. Tan solo fue magnetismo, volver al elemento del que no tenía que haber emergido. Nunca debió tener cuerpo, sólo ser lo que siempre ha sido.



martes, 11 de octubre de 2011

¿Te gustan los gigantes?~~Pedro


Si la respuesta a la pregunta del título es sí es obligado visitar a nuestro experto en gigantología

Sobretodo porque estas tres historias sólo son algunas de las muchas que me gustan y que podréis encontrar visitándolo.


Sorpresa en el desván



Al gigante le asoman en los bolsillos agujas de pino, pájaros diminutos, insectos que cambian de color. Y lleva en las manos recortes del paisaje y sombra fresca a la orilla de una charca verde. Ha pasado la tarde almacenando en el desván. Apartando los trastos inútiles, dejando espacio a cada nuevo tesoro. Más tarde, ha reproducido con encanto un rinconcillo del bosque. Junto a un caballo de madera y una pila de cuadernos de la escuela se mecen los tilos, se escucha el rumor del agua, se perciben los aromas de la hierba, los viejos tiempos y la resina. Ahora el gigante observa su obra satisfecho, solo falta un detalle. Se pone de puntillas y estira un brazo a través del ventanuco hasta quebrar un borde de la luna, para colgarlo en el cielo raso, donde solo había una bombilla polvorienta. Y ya es feliz. Recorre los caminos del pequeño bosque que acaba de construir hasta unos árboles que limitan con unas cajas llenas de ropa usada. Allí se sienta, se oculta entre las frondosas copas de los olmos y silba valses que no existen pero que suenan delgaditos entre las rendijas del suelo. A la noche, cuando los compromisos están cumplidos, la chica vuelve a casa. Trajina en el piso de abajo, baila unos pasos inventados con la sombra de alguien que imagina. Luego, de repente, todo se queda en silencio, se apagan las luces. Tal vez se haya encendido una sospecha. Pasan algunos minutos, el gigante siente millones de mariposas en el estómago, pero él calcula que por lo bajo lo menos mil trillones. Y escucha entonces el grito de sorpresa. La ve salir de la casa y entrar en el desván, y dejar el desván y acometer su bosque, corriendo hacia él entusiasmada como una manada de bisontes en estampida. Y la luz de la luna es la luz que le faltaba a la noche, multiplicada por su alegría y las luciérnagas.


Como quien se deja regalar


Una luciérnaga en el nido de un petirrojo atrae la curiosidad del gigante. Al soplarlo, el bichito de luz parpadea la dirección del hueco en el tronco de un castaño. Como esperándole, en el hueco del castaño, el gigante descubre una hoja de otoño con el dibujo de una estrella y una cáscara de nuez llena de agua salada con sabor a Mediterráneo. Hacia el sur de la isla de Capri, en el fondo marino, camuflada entre una familia de ballenas azules, en cuanto nota su presencia se lanza a la carrera una estrella de mar fugaz. El gigante bucea siguiendo su estela hasta llegar a una cueva excavada entre arrecifes. Allí divisa por fin su premio, una caja diminuta de color rojo brillante, cerrada con un lazo de algas azules que el gigante deslía con la ayuda de un caballito de mar. Al destaparla, en el fondo mullido de confetis encuentra a su hada, esperándole, con carita de mala, acostumbrada a hacerle recorrer el mundo detrás de un juego de pistas. El gigante se pone contento, salta de alegría hasta golpearse la cabeza, le sopla huracanes en el pelo y espera que ocurra el pequeño milagro en que ella se echa a un lado, le dice ven, y él, doblando las piernas, cuadriculando los brazos, se acurruca a su lado y se deja regalar.


La llamada


Desde su refugio entre las hojas del bosque de los gigantes, el hada pasaba horas contemplando diminutas luces que a veces eran cercanas luciérnagas que se paraban a saludar, y otras, alguna estrella lejana que le titilaba brillos inspiradores de sueños. Pero últimamente, una nueva luz, amarilla y poderosa, destellaba en el horizonte haciéndole señales al hada. De dónde vendría aquella luz o qué mensaje quería darle, el hada lo ignoraba, así que se levantó muy decidida de entre sus hojas confortables, se despidió por unos días de las luciérnagas, de su estrella y del susurro de los gigantes, y partió dejándose guiar por aquella luz intermitente y tenaz. Voló permitiendo que el viento soplara en sus alas transparentes, se agarró de la nariz de un delfín, de la aleta de un tiburón, navegó sobre la cabeza de una ballena. Cabalgó gaviotas y cormoranes. Escuchó el consejo de las tortugas, brincó con los saltamontes y llegó, confundida en un enjambre de libélulas hasta la fuente de la luz. Allí, coqueto y elegante, la esperaba satisfecho, el faro de Capri. El hada lo contempló pensativa, tratando de adivinar por qué aquella criatura tan hermosa la había llamado y cuál era su mensaje. Él parpadeó unos destellos tímidos, bizqueó, se le atragantó la luz cuando intentó decirle algo, se le sonrojaron los ladrillos reflejando en el cielo un atardecer tornasolado y al final, logrando centellear otra vez más allá del horizonte, iluminó unas palabras con su código de brillos y le dijo: quería verte bailar.


viernes, 30 de septiembre de 2011

El fruto del desvelo~~Nicolás Jarque

Traigo esta historia aquí por dos motivos:
El primero es que estoy acostumbrada al hecho aparente de que Nicolás  escribe corto y bien; así que encontrar esto en su blog ha sido una muy agradable sorpresa.
La segunda es que me enamoré de la historia al llegar al punto final.
Disfrutadla.




De madrugada el viento que fuera sacudía la oscura noche me despertó. La violencia de su ataque se hacía sentir en la estructura de mi humilde cabaña. Temí que la cimentación no aguantara en tierra y saliera volando. Para evitar el mareo que me provocarían las alturas, del cajón de la mesita saqué una Biodramina y la ingerí. Fue justo en ese momento cuando escuché un golpe seco sobre mi casa. Me asusté.  Desesperado recé como me enseñó mi madre para ahuyentar al hombre del saco, de nada sirvió. Los golpes se repetían, eso provocó que mi atención los localizara en la puerta. Aún no entiendo de donde extraje la valentía para abandonar mi cama y dirigirme a la puerta. Delante de ella, un último golpe confirmó mis sospechas, el viento insistía y llamaba con ganas de entrar, así que abrí. La sorpresa nos unió a una extraña sombra encapuchada y a mí porque al ver mi cara salió a la carrera dejando olvidada una cesta en la entrada de mi cabaña. En otro momento seguramente hubiese actuado de forma diferente de cómo lo hice, pero esa vez, agarré la cesta y salí corriendo detrás de la sombra. Le gritaba para que se detuviera, recordándole su olvido y tranquilizándola, haciéndole saber que yo era hombre de paz. Pero mis palabras sólo sirvieron para aumentar su ritmo y aflojar el mío. Mi corazón alterado frenó en seco mi marcha comprobando como la sombra se perdía en la oscuridad del bosque. Regresé maldiciendo a todo mi cuerpo por la poca resistencia que había demostrado, un chasquido en la rodilla me calló. Ya en mi cabaña deje la cesta olvidada por aquella sombra sobre la mesa de la cocina, pues no quería descubrir lo que en su interior escondía, aunque sospechaba lo que era, en muchas películas se había repetido una escena como esta. Yo no estaba preparado para ser padre ni quería volver a la ciudad a devolverlo – muchas explicaciones que me retendrían allí - ni mucho menos abandonarlo a su suerte. Por eso movido por la ternura, me acerqué a la cesta, retiré la manta que lo cubría y mis ojos descubrieron a un precioso... microrrelato. Entonces lo entendí, la criatura era el fruto de un encuentro en una noche desvelada entre una musa y yo.




lunes, 26 de septiembre de 2011

Micronocito~~Carlos Burgos

Otro sitio donde dejar que os sorprendan de cien maneras distintas. Aquí las cosas se rigen por otra  ley. Y nunca será la vuestra.


El micronocito imbellis, o micronocoide alaris, es un insecto prácticamente invisible por su tamaño diminuto y por la velocidad con la que vuela; puede batir sus alas mil veces por segundo (cinco veces más rápido que un colibrí). 
Es tan rápido que si pasa cerca de cualquierreloj, aunque sea de arena, lo retrasa. Su vuelo genera una onda cronosísmica capaz de detener por un instante el tiempo. Pero no cualquier tipo de tiempo, me refiero sólo al tiempo formal, al cronometrado; ese que decide quién es el ganador en un mundial de atletismo. El tiempo que derrochamos pensando en las musarañas (pariente lejano del micronocito), o ese otro que nos hurta el placer, están totalmente a salvo; porque carecen de nutrientes para esta criatura, que se alimenta, en verdad, de la paciencia del cualquier relojero, o desquiciando a cualquier juez cronometrador.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Hank Moody~~Un cuento a escala



Fiel a su filosofía de lo breve Hank Moody construye relatos a escala.
Os gustará perderos entre su brevedad para encontrar lo bueno. 




En un lateral del carril por el que paseo, escondido tras una mole de lentiscos, descubro otro camino más humilde —ni siquiera tiene nombre—, tan estrecho que los codos casi rozan en los muros vegetales que lo flanquean. Me adentro unos metros por él y me sumerjo en otro paisaje, sin mar ni campos de almendros alrededor, solo un pasillo que parece interminable, que se encoge hasta desaparecer en verde. Y me encoge también a mí: la ropa me queda enorme y termino por dejarla atrás. Desnudo y descalzo, me adentro más aún hasta pasar dos curvas, y ahora ya es un tubo oscuro en el que apenas logro verme los pies, tan chicos que cabrían ambos en una cáscara de avellana. Al final, lejos todavía, parece abrirse un claro pequeño y algo más iluminado. Cuando llego, me encuentro con una casa blanca y tan diminuta que se escala a la perfección con la pequeñez de mi cuerpo, que ahora no es mayor que el de un colibrí enano. Golpeo la aldaba con miedo pero intrigado: «si he llegado hasta aquí, no puedo volverme atrás».
La puerta se abre con un ruido atronador, aunque no tanto como la voz del gigante que me invita a pasar. De pronto, todo allí se me hace descomunal, con una desproporción perfecta pero tan inmensa que apenas logro identificar los muebles y los enseres. Aquel ser de piernas kilométricas no tarda en alzarme sobre la palma de su mano, y me observa con la misma curiosidad con que yo descubro —ya no asustado, sino alucinado— que su rostro es como el mío, pero multiplicado por mil. Desde las alturas, compruebo que aquella estancia inmensa no es otra que mi propia casa, que aquel personaje de cuento soy yo a escala descomunal, que la silla donde se sienta y el teclado en el que me posa son mi silla y mi teclado; mi vida, en fin, inmensa pero mía.
Ahora dudo si él es un gigante o yo una copia milimetrada, si la casa es suya y el ordenador también, pero con los días estoy aprendiendo a saltar de tecla en tecla, y giro la rueda del ratón como si fuera la noria de una feria. Creo que muy pronto habré terminado este cuento y, quién sabe, quizá todo recupere su escala natural.

domingo, 14 de agosto de 2011

Luisa Hurtado~~~~~Juanlu



Aquí os traigo un micro de Luisa Hurtado ilustrado por Juanlu.
No es un micro cualquiera, es uno de los micros ecológicos de una fantástica iniciativa a la que se está apuntando mucha gente.
Por si no les conocéis os diré que Luisa es una de las personas más animosas y agradables que me he encontrado. Y Juanlu, aparte de compartir esas cualidades a las que me he referido antes, sabe capturar la esencia de lo importante en sus dibujos. No  perdáis la ocasión de visitarlos. Vale la pena. 
Y si decidís participar con vuestro micro ecológico, podéis mandarlo al correo indicado al final de esta entrada.
Guerra química
-Creo que no estamos solas-dijo ella.
Y con la siguiente respiración, su vuelo comenzó a ser errático hasta que cayeron inmóviles con las patas hacia arriba.  
Ilustración hecha por Juanlu/Luiyi  (http://www.dididibujos.blogspot.com/)
Envía tu micro ecológico a Luisa Hurtado (http://microrrelatosalpormayor.blogspot.com/)



sábado, 6 de agosto de 2011

Ana Vidal~~La cura

Hoy os traigo un montón de sorpresas, que quizá para algunos no lo sean tanto pero sean un descubrimiento para otros.
Para quien se haya despistado; os traigo un microrrelato de Anita Dinamita.
Pero, atención!!!!
No es un microrrelato cualquiera. 
Es el primer microrrelato ecologista de una iniciativa compartida entre Anita, Luisa Hurtado y mucha más gente, que se ha sumado con ilusión a la tarea de recolectar microrrelatos relacionados con la importancia de cuidar el planeta y todas las cosas que merece la pena conservar.
Aquí lo tenéis. Como anticipación de la calidad que podéis encontrar en lo que escribe.
Y por si os animáis a participar os dejo aquí el lugar al que tenéis que enviar el vuestro: microsalpormayor@gmail.com



La cura

            
        Se sentía cansado, llevaba mucho tiempo buscando médicos, medicinas, y soluciones para la enfermedad de su nieta, pero no había dado con nada. Como todas las enfermedades "raras" no había dinero suficiente para investigación, él sabía lo que era eso, decidir donde iban a parar los fondos públicos, elegir entre lo urgente y lo necesario, y lo que querían quienes mandaban de verdad. Pero no se sentía culpable por ello, su trabajo había sido en Medio Ambiente y no en Sanidad.
            Cuando todo estaba perdido, y la pobre criatura se debatía entre el aquí y el allá, sonó el teléfono. Era un científico, un viejo conocido, le habló de una posible cura, de las investigaciones llevadas a cabo en su laboratorio, de los progresos conseguidos. Su sonrisa se dibujó por unos momentos hasta que el viejo investigador le dijo que la medicina se hubiera podido fabricar, pero que la especie necesaria para ello se había extinguido hacía unos años.
            Conocía bien al bicho palo palmero, quebradero de cabeza durante muchos años, respiró tranquilo cuando le dijeron, hacía años, que por fin se había extinguido y ya podían construir aquél campo de golf donde habitaba.

Microrrelato escrito por Ana Vidal (http://relatosdeandarporcasa.blogspot.com)
Ilustración hecha por Juanlu/Luiyi (http://www.dididibujos.blogspot.com/)



martes, 19 de julio de 2011

Creer es crear~~Pedro Alonso Da Silva


Uno de los sitios en los que descubro el tipo de cosas que me gusta saber. Gestionado por una persona extraordinaria; el tipo de persona que te enriquece la vida solo explicando o compartiendo lo que le llega.
Altamente recomendable.

http://microcuentosyotrashistorias.blogspot.com






De niño, alguien le dijo que lo que uno cree se convierte automáticamente en su realidad. Se pasó meses enteros tratando de materializar todo tipo de fenómenos asombrosos. Pero claro, tan asombrosos le parecían que le costaba creer en ellos y en consecuencia, nunca se manifestaban. Ahora es un adulto de arraigadas creencias. Cada vez que un elefante rosa cruza por encima de su cabeza en vuelo rasante, recuerda con nostalgia aquellos años en los que trataba de materializar –qué ingenuo–, golondrinas surcando el cielo.

lunes, 11 de julio de 2011

Vidas cruzadas~~Manuel R.

Lo que podréis leer a continuación es una prueba irrefutable de que a veces vale la pena cruzarse con alguien que tenga algo que decir. Sobretodo si sabe cómo decirlo.
Nunca unos puntos suspensivos expresaron tanto.
Si os gusta refrescaros de vez en cuando...


http://nochesdlluvia.blogspot.com




Cierro la puerta y me guardo la llave en el bolsillo. Cae una llovizna refrescante y agradable durante cinco minutos y traidora e incómoda si dura mucho más...Que ya te llamaré sí, a qué hora?...ya... ... bueno...sí, ya lo sé...bueno ya te contaré...venga... hasta luego.Y ella cuelga y yo que paso por su lado la veo guardar el teléfono móvil en el bolso mientras camina hasta la estación.
Me costó 120 euros.Ah pues esta bien.Me caben un montón de cedés. Y es bonito. Sí. A ver si cuando cobre me... Sigo caminando por el andén, se acerca el tren y ya no oigo otra cosa que el chirrido de las ruedas en las vías. Las puertas se abren y entro. 
Tren con destino aeropuerto, próxima estación... Continúa la música clásica en los altavoces invisibles.
Te haces un seguro y no es como los bancos, que lo saben todo de tí, quien eres, lo que ganas, lo que debes...y después les dices que te has arrepentido y que te devuelvan el dinero y te advierten de que pierdes dinero y les dices que te da igual y el dinero que te devuelven esta limpio, hecha la ley hecha la trampa porque os juro que...
Veo un asiento libre junto a la ventanilla. Me siento.
La bolsa o la vida! y el otro dice: coño! usted también es médico? jajajajaja...jajajajajaja...ese es bueno eh? Que cabrón. Yo antes me sabía muchos pero ahora ya no me cuentan,me mandan imeils...A mí me contaron uno muy bueno pero no me acuerdo...
Veo pasar las montañas por la ventanilla. Una niebla baja se escabulle entre los árboles. Busco en mi bolsillo y desenredo los cables. Suena en mis oidos. Extraño como un pato en el manzanares, torpe como un suicida sin vocación,absurdo como un belga por soleares, vacío como una isla sin robinson,oscuro como un tunel sin tren expreso...
Camino hacia la salida. Tendrás mucha prisa!! y yo que hago ahora eh? joder!! Un guardia jurado fuera de servicio con las rayas delatoras en las costuras del pantalón, bajo su chaqueta, vocifera. Un hombre de piel oscura mira hacia atrás. Es a él, que se dejó abierto el torno de la salida y el otro, que venía detrás, no podía pasar sin darle media vuelta. Lo alcanza en la escalera y lo mira torvamente. El inmigrante baja la cabeza, callado, mientras camina. Yo miro al de la voz en grito que me mira también y le susurro Don't worry be happy. 
Ya no llueve. Ya es de noche.
Alguien se esta forrando, yo no sé quien es, pero una bolsa de piñones valía quinientas pelas y ahora envían un contenedor y sale la bolsita a cincuenta céntimos... Yo trabajaba en pronovias y todo lo que eran encajes y las perlitas esas que van engarzadas lo hacían allí y les costaba cuatro duros y luego los vestidos de ochenta mil pelas no bajaban...Pues espérate que ahora dicen que van a vender coches a tres mil euros y la gente los comprará no importa que vengan de China...mira los coreanos, como poco a poco se fueron metiendo en... Pasa el autobús y un anciano le hace gestos de que pare pero el conductor no le mira. Lo perdimos... Vamos a la parada.... podía haberse parao el cacho cabrón...
Oye que estoy en el trabajo aún, que llegaré tarde, que no me esperes... sí...sí... qué?... que ya lo sé...sí...bueno, pues ya te diré algo...vale...oye que ya te llamaré que estoy liado o bueno, sí es igual. vale, hasta luego... Qué? ya?... Sí, ya te dije que no hay problema. Bueno y adonde vamos?...Se detienen y él, haciéndose el pensativo, apoya una mano en el lugar donde su espalda pierde ese nombre. Como por casualidad.
Al fín llego. A qué hora cerrais?... A las once y media. Miro el reloj. Ponme una conexión libre... Un ordenador libre?... Sí... Ponte en el dieciseis.

jueves, 7 de julio de 2011

Lo prometiste~~Ana Melero / El almacén~~Rosa M.

Este microrrelato no es lo que parece. Es un bocado más de un relato que podréis leer en su totalidad aquí: 
http://vanalaire.blogspot.com/2011/07/lo-prometiste-ana-melero.html
Es la primera vez que leo algo de Ana Melero y este párrafo me llamó especialmente la atención:


Lo prometiste


La bomba va a estallar, y cuando lo haga nada podrá salvarse. Su onda expansiva llegará a todos mis rincones, y  de nada habrá servido la terca ceguera de este cuerpo. Sí, ceguera; porque mi cerebro mandó mensajes de socorro que no obtuvieron respuesta. Cómo si no entender esa falta de sueño, el apetito compulsivo, o los silencios eternos…,  y esa especie de letargo de los sentimientos. Pero no hubo respuesta de mi parte física. Tampoco mi entorno fue consciente de los cambios, y si lo fue no les dio importancia. Importancia, esa es la clave. ¿Qué es importante? ¿Por qué  no me importo?  


Y si os quedáis con ganas de más misterio, en el mismo lugar podréis encontrar cosas como esta, de Rosa M. Una caja de tesoros. Entra y encuentra el tuyo.
http://vanalaire.blogspot.com


El almacén




Era tarde, llovía y tenía que hacer tiempo. Como siempre había llegado a la cita mucho antes.


No aguanto la impuntualidad, eso me lleva a tener que esperar siempre. Esperar a los que son puntuales y esperar  más, a los que siempre llegan tarde.
Caminé por la acera refugiada debajo del pequeño paraguas de bolsillo que siempre me acompaña. Decía mi madre “mejor prevenir…”.
Busqué un bar para tomar un café, pero como ocurre siempre con las cosa que buscas, no aparecen. Ninguno a la vista.
Cabreada, helada y mojada, reparé en un almacén. Eran dos traseras abiertas de par en par con una iluminación mortecina. Busqué con la mirada algún cartel que me informase sobre la clase  de negocio que allí se desarrollaba. Nada, ni un indicio.
Ésto alborotó mi curiosidad, siempre he sido muy curiosa, y mi cabeza, en ebullición, comenzó a especular, sería esto, aquello, lo de más allá.
Paseé por delante del portón, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y vuelta a empezar.
Cuando de repente al darme la vuelta, me asustó, una mujer de amable sonrisa y mirada inteligente, detrás de sus gafas, me habló. Pase usted si quiere, a si se refugia del mal tiempo.
No se preocupe la contesté, no quiero molestar.
Ella volvió a sonreír  e insistió. Pase de verdad.
Con pasos vacilantes acepté su invitación sin saber que me iba a encontrar,  pero con la curiosidad a flor de piel.
Eche un vistazo y si necesita algo estoy en este pequeño despacho. Me dijo mientras desapareció por una puerta medio oculta por unas cajas viejas
Me adentré en la semipenumbra. Poco a poco se fueron mis ojos acostumbrando a la luz o mejor dicho a la falta de ella.
No tenía un espejo para mirarme pero mi cara debía de ser de un asombro absoluto.
Aquello tenía luz propia, os puedo asegurar que hasta sin luz hubiese brillado.
Eran piezas maravillosas llenas de colorido y cada una contaba una historia diferente. Pasee entre ellas empapándome de su belleza y armonía. Me emocioné, me moje  de lágrimas.
El tiempo se detuvo y no puedo decir  que pasó…
Me dirigí a la puerta con esfuerzo, volviendo la cabeza atrás a cada momento para recordar todos los detalles posibles.
Llamé a la amable señora para darle las gracias y preguntarle por aquellas maravillas, pero nadie respondió.
Mire el reloj y salí corriendo, por una vez la impuntual iba a ser yo,
Al día siguiente volví a la calle del almacén dispuesta a enterarme de todo lo referente a lo que vi y que tanto me maravillo, pero estaba cerrado. Mire en derredor por si alguien podía decirme los horarios de apertura del almacén, pero no había nadie  por la calle.
Entonces me fije en un pequeño cartel, me acerque para leerlo mejor, mis ojos no son lo que eran, la sorpresa me dejo helada.
El cartel rezaba a si” CERRADO POR DEFUNCIÓN”
Casualidades de la vida, mientras yo disfrutaba del trabajo y el talento de esta mujer, ella dejaba esta vida en el silencio y la soledad de su pequeña oficina.




viernes, 1 de julio de 2011

Los colores del tiempo~~Ángeles Sánchez

El mundo cabe en un grano de arena y cada grano de arena contiene quién sabe cuantos. La prueba de que esto es cierto la podéis confirmar aquí. http://mundoenungranodearena.blogspot.com/
Seguramante ya conocéis a Ángeles Sánchez pero aún así estoy segura de que será tan placentero releer esto como descubrirlo.


Además de enhebrar palabras sabe pintar el tiempo.





Se reconocieron el otoño del noventa y ocho. Pero cada uno vivía en años diferentes. El, tres años más allá. Ella, cinco más acá.
Cuando sus manos se rozaron como el fugitivo baile de las hojas de un roble entristecido, con calma y ternura, se declararon un extraño amor.
Él la llenó de atardeceres con palabras de un futuro casi sin presente, y ella le compuso poemas huérfanos y cojos. Tal era su miedo que se fue sin decir adiós.
Pasaron tres inviernos, cinco veranos y siete primaveras sin saber el uno del otro.
Pero la mente es un lugar donde el tiempo trascurre de otra manera, dejando el poso de los recuerdos en la taza del olvido. Y allí, sin saberlo, cada uno vivía esa historia compartida.
Con el tiempo, ella llegó a oler el perfume de las palabras y le escribió una breve carta. Regresó sediento hasta su lado, implorando luchar por un amor desacompasado. Ella accedió desde un corazón lleno de rejas, que él deshizo base de paciencia.
Y se puede decir que durante este tiempo se amaron exiliados por un tiempo que jamás llegó, en una vida en malva.
Con los años, las palabras se fueron deshaciendo en lágrimas, y él cerró el libro donde habitaban como dos seres de otro tiempo en busca de una isla donde vivir su naufragio.
Pero el tiempo es un río donde los colores mudan en cada estación, y él, decidió esperarla en secreto. Subido al campanario tratando de detener las campanas que tocaban cada hora, pasó dos años con sus días, sin sus noches.
Una tarde de otoño, creyó verla entre el tumulto de la plaza, caminando mientras miraba las nubes. Dicen los que transitaban por la plaza, que las campanas crepitaron incansables durante dos días, y que el tiempo, expedito, discurría bajos sus pies en un río de tonos rosados. Todo porque una mujer vestida de blanco había subido al campanario, y descalza, había besado la estatua del tiempo.


lunes, 9 de mayo de 2011

El heredero~~David Moisés Antón García

Aquí tenéis una historia de alguien que, además de considerar un amigo, también creo que es bueno escribiendo. Disfrutadla. Y si cuando acabáis de leerla os quedáis con ganas de más aquí tenéis el enlace a uno de sus blogs.  http://microsensatos.blogspot.com/

Esta es mi historia: la de un viejo de casi 80 años que ve ya el final de su existencia muy, muy cercano y escribe en su diario las últimas frases para dejar su legado a aquel que lo encuentre.
Nunca le confesé mi secreto a nadie por miedo a que me tacharan por loco o por temor a que desapareciera la magia del milagro en el que me vi envuelto y he llevado esta pesada carga durante casi medio siglo. Tiempo es, por tanto, de que alivie mi conciencia y desahogue mi alma. Tendría yo 10 años cuando recibí el mejor regalo que nadie pudo darme nunca…
Mi padre murió en la guerra y mi madre y mis hermanos mayores tuvieron que trabajar muy duro para sacar al resto de la familia adelante. Éramos 5 hermanos. Yo, el tercero. Demasiadas bocas que alimentar en una época realmente aciaga que, sin embargo, recuerdo con gran cariño; será porque la nostalgia amplifica y mitifica los recuerdos, sobre todo los buenos. Puede ser.
Aquel año fue especialmente duro en nuestro hogar, pues mi hermano mayor cayó enfermo de neumonía y apenas pudo trabajar; escaseaban los recursos y el hambre llamaba a la puerta. Yo, que de niño era rebelde y revoltoso, me quejaba bastante de nuestra suerte, y más aún lo hice cuando mi madre me obligó a compartir habitación con los gemelos para poder poner en alquiler la habitación que ocupaba. Un día de otoño llegó a casa un huraño viajante enfundado en una vieja gabardina gris y cargando un enorme maletón de cuero negro. El día era lluvioso y aquel hombre no llevaba paraguas. Resultaba cómico verle chorrear agua bajo el quicio de la puerta.
-¡Niño! ¿Está tu madre o qué?
-¿Quién es, Félix? –Preguntó mi madre desde la cocina.
-Un señor que pregunta por mi habitación –refunfuñé.
Mi madre llegó solícita hasta la entrada e hizo pasar al extraño mientras secaba sus manos con un trapo de cocina.
-Félix, ayuda al señor con la maleta. Pase usted. Deje que el chico le coja la gabardina –mi madre me dio un indisimulado tirón orejas.
-Gracias, no se moleste.
-No es molestia. Siéntese en la sala al calor de la estufa antes de que coja una pulmonía –le sugirió mi madre regalándole una sonrisa.
Aquel extraño individuo me entregó su empapado gabán y me acompañó hasta la sala. Una vez allí se sentó cerca del brasero y su pálida tez empezó a recuperar algo de color.

Lo recuerdo como un tipo verdaderamente alto pues, aunque andaba algo encorvado, su cabeza rozaba al pasar bajo las puertas. Y también muy delgado, pero no siempre debió ser así. O era eso, o la ropa la había heredado de algún pariente más fornido, como me sucedía a mí con los jerséis y pantalones de mis hermanos mayores. Tenía los ojos negros y hundidos y más arrugas que un vestido de lino al sacarlo de una maleta. Casi nunca te miraba directamente a no ser que se enfadara contigo, cosa que rara vez ocurría a pesar de su carácter solitario y poco sociable. Hablaba poco, sí, pues como ya he comentado era algo hosco y huidizo, pero también amigo del buen beber, y con él, su lengua se desataba. Cuando mi madre salía alguna tarde a limpiar la casa de algún señoritingo, los gemelos y yo abríamos en secreto el armarito de las bebidas y le servíamos alguna copa de licor de ese que se echaba a los guisos los días de fiesta. Entonces, de su cadavérica cara, surgían sendos rosetones sonrojados que daban vida a sus flácidos y deslucidos mofletes y reconocíamos el momento de sentarnos a escuchar cualquier anécdota que surgiera de su ebria boca.
Normalmente nos reíamos bastante a su costa, pues sus historias solían ser grotescas y cómicas, pero una vez... La Navidad se acercaba y con ello, el semblante serio y recatado de nuestro huésped se hacía sentir todavía más. Aquella tarde le dimos ración doble de bebida y, en lugar de obtener una historia hilarante, nos encontramos con lo que a continuación relataré:
-¡Échame más, niño!
Miré a mis hermanos y los tres reímos con sorna mientras vaciaba la botella en la copa.
-Ya no hay más –le dije-, te lo has bebido todo.
El viajante miró el vaso con fastidio e ingirió su contenido de un trago.
-¡Odio las Navidades! –Sentenció; como si el alcohol le hubiera permitido llegar a tal conclusión.
-Pues a mí me gustan.
-¡Y a mí! –Convinieron los gemelos al unísono.
-¿Y qué es lo que te gusta de ellas? –Preguntó con retintín mientras acercaba su cara a escasos centímetros de la mía.
-Pues…, los regalos, las luces de las calles…
-¡Y que mamá nos da chocolate todos los días! –Añadió mi hermano Luis.
-A mi hijo también le gustaban los regalos.
El viajante inclinó su cabeza hacia atrás y comenzó a sacudir el vaso enérgicamente encima de su boca tratando de capturar sin éxito las escasas gotas que permanecían en el interior de la copa.
-¿Cómo se llama? –Pregunté yo.
-¿Quién? –Respondió rehuyendo el tema.
-Tu hijo…
-¿Cuántos años tiene? –Solicitó mi hermano Raúl.
Sus ojos miraron hacia arriba como si escarbaran en algún recóndito lugar de su memoria.
-Es un poco mayor que vosotros, doce o trece años. Se llama Ernesto, como yo.
-¿Y dónde vive? ¿No vas a ir a verle en Navidades? –Pregunté extrañado.
El viajante me miró con ojos vidriosos y calló durante un par de minutos. Después secó las lágrimas de su rostro con sus huesudas manos y se marchó a su habitación sin decir una palabra más.
Aquella semana Ernesto estuvo especialmente cariñoso con nosotros y le pidió permiso a mi madre para llevarnos a ver los adornos de la plaza y a comprar dulces y chucherías. Al menos, durante esos días, dejo de ser el huraño individuo al que estábamos acostumbrados. Con el tiempo mi madre me contó que el hijo de Ernesto estaba en Rusia, que lo había mandado allí su madre durante la guerra y que no podía volver y por eso el viajante estaba tan triste. La historia me apenó tanto que decidí perdonar que me hubiera quitado la habitación y, desde entonces, comencé a fraguar una gran amistad con él.
El día que regresaba de cada uno de sus viajes mis hermanos y yo matábamos la espera jugando a las tabas o a la rayuela en la plaza; hasta que divisábamos la sombra de su figura aparecer al final de la calle y, entonces, salíamos a su encuentro para descubrir qué nos había traído: un avión de madera, algún balón hecho de trapos, canicas… Siempre caía algo.
Supongo que nosotros fuimos los sustitutos perfectos para ese hijo que tanto ansiaba reencontrar y, para nosotros, él representaba de alguna forma la figura paterna que no conocimos. De hecho, a veces incluso actuaba como tal, como cuando intercedía por nosotros ante nuestra madre o cuando le acompañaba a la escuela por requerir desde allí su presencia. No éramos malos críos…, traviesos a lo sumo; especialmente yo. Recuerdo aquella vez que llamaron a mi madre porque alguien había soltado una picaraza en clase. Al maestro le juramos que había entrado por la ventana, pero olvidamos abrirla para reforzar nuestra coartada. Otra vez, Don Obdulio montó en cólera por la guerra que estábamos dando y nos espetó enérgicamente: «… ¡La última banca: a la calle!». En aquella ocasión, la ventana sí estaba abierta. Aún recuerdo el sonido que hizo el mueble al estrellarse contra el suelo del patio… En fin, diabluras de críos.
Las cosas empezaron a ir bien en casa tras la llegada de Ernesto. Mi hermano curó su neumonía y mi madre consiguió un trabajo en casa de unos señores, pero, a pesar de nuestra mejoría económica, Ernesto siguió con nosotros. Nunca le pudimos agradecer lo suficiente la suerte que nos trajo. …Y no ya sólo a nosotros, sino también a la gente del barrio, pues tras su llegada comenzaron a suceder agradables sucesos que mejoraron también la vida de nuestros convecinos.
Años más tarde, en su lecho de muerte, Ernesto me confió este diario en el que ahora os relato mi historia, nuestra historia, ¿tu historia? Descubrí en él cómo había conseguido encontrar un médico que curara a mi hermano, como escondía dinero en el monedero de mi madre cuando no llegaba a fin de mes, quién recomendó a aquellos señoritingos que la contrataran… Todos aquellos pequeños “milagros” estaban allí anotados: favores, ayudas, socorros, auxilios, amparos… ¡Todo! Jamás dijo nada a nadie, simplemente lo anotó aquí para saborear de nuevo, con su lectura, la inmensa felicidad que le proporcionaba prestar ayuda a los demás.
Nunca podré agradecer lo suficiente, a aquel extraño hombre, la magia que hizo despertar en mí. Pues, sin duda, la brujería del diario no reside en su interior sino en el de cada uno de nosotros. Yo continué su obra cuando nos dejó. Él me guió en su ejemplo.
Somos dueños de un regalo divino que debemos forjar con el paso de los años. Nuestro tiempo, nuestra vida, debe ser vivida con sentido. Yo encontré el mío y cuento mi experiencia con el ánimo de influir en aquel que lea estas últimas palabras. Amigo mío, te nombro mi heredero. Quedan muchas hojas que escribir y muchos deseos que hacer cumplir. Te desafío a consumar la última voluntad de este viejo. Es sencillo si conoces el secreto del diario. El viajante me lo reveló el día que me nombrara su sucesor: «El mayor ejercicio de egoísmo que se puede llevar a cabo es prestar nuestra ayuda a los demás, pues no existe mayor gozo personal que sentirse satisfecho con lo que uno hace».
Es momento de que otro ocupe mi puesto. Tal vez tú, lector de este diario olvidado, puedas tomar mi relevo. ¿Quieres?
Safe Creative #1105099170142