martes, 11 de octubre de 2011

¿Te gustan los gigantes?~~Pedro


Si la respuesta a la pregunta del título es sí es obligado visitar a nuestro experto en gigantología

Sobretodo porque estas tres historias sólo son algunas de las muchas que me gustan y que podréis encontrar visitándolo.


Sorpresa en el desván



Al gigante le asoman en los bolsillos agujas de pino, pájaros diminutos, insectos que cambian de color. Y lleva en las manos recortes del paisaje y sombra fresca a la orilla de una charca verde. Ha pasado la tarde almacenando en el desván. Apartando los trastos inútiles, dejando espacio a cada nuevo tesoro. Más tarde, ha reproducido con encanto un rinconcillo del bosque. Junto a un caballo de madera y una pila de cuadernos de la escuela se mecen los tilos, se escucha el rumor del agua, se perciben los aromas de la hierba, los viejos tiempos y la resina. Ahora el gigante observa su obra satisfecho, solo falta un detalle. Se pone de puntillas y estira un brazo a través del ventanuco hasta quebrar un borde de la luna, para colgarlo en el cielo raso, donde solo había una bombilla polvorienta. Y ya es feliz. Recorre los caminos del pequeño bosque que acaba de construir hasta unos árboles que limitan con unas cajas llenas de ropa usada. Allí se sienta, se oculta entre las frondosas copas de los olmos y silba valses que no existen pero que suenan delgaditos entre las rendijas del suelo. A la noche, cuando los compromisos están cumplidos, la chica vuelve a casa. Trajina en el piso de abajo, baila unos pasos inventados con la sombra de alguien que imagina. Luego, de repente, todo se queda en silencio, se apagan las luces. Tal vez se haya encendido una sospecha. Pasan algunos minutos, el gigante siente millones de mariposas en el estómago, pero él calcula que por lo bajo lo menos mil trillones. Y escucha entonces el grito de sorpresa. La ve salir de la casa y entrar en el desván, y dejar el desván y acometer su bosque, corriendo hacia él entusiasmada como una manada de bisontes en estampida. Y la luz de la luna es la luz que le faltaba a la noche, multiplicada por su alegría y las luciérnagas.


Como quien se deja regalar


Una luciérnaga en el nido de un petirrojo atrae la curiosidad del gigante. Al soplarlo, el bichito de luz parpadea la dirección del hueco en el tronco de un castaño. Como esperándole, en el hueco del castaño, el gigante descubre una hoja de otoño con el dibujo de una estrella y una cáscara de nuez llena de agua salada con sabor a Mediterráneo. Hacia el sur de la isla de Capri, en el fondo marino, camuflada entre una familia de ballenas azules, en cuanto nota su presencia se lanza a la carrera una estrella de mar fugaz. El gigante bucea siguiendo su estela hasta llegar a una cueva excavada entre arrecifes. Allí divisa por fin su premio, una caja diminuta de color rojo brillante, cerrada con un lazo de algas azules que el gigante deslía con la ayuda de un caballito de mar. Al destaparla, en el fondo mullido de confetis encuentra a su hada, esperándole, con carita de mala, acostumbrada a hacerle recorrer el mundo detrás de un juego de pistas. El gigante se pone contento, salta de alegría hasta golpearse la cabeza, le sopla huracanes en el pelo y espera que ocurra el pequeño milagro en que ella se echa a un lado, le dice ven, y él, doblando las piernas, cuadriculando los brazos, se acurruca a su lado y se deja regalar.


La llamada


Desde su refugio entre las hojas del bosque de los gigantes, el hada pasaba horas contemplando diminutas luces que a veces eran cercanas luciérnagas que se paraban a saludar, y otras, alguna estrella lejana que le titilaba brillos inspiradores de sueños. Pero últimamente, una nueva luz, amarilla y poderosa, destellaba en el horizonte haciéndole señales al hada. De dónde vendría aquella luz o qué mensaje quería darle, el hada lo ignoraba, así que se levantó muy decidida de entre sus hojas confortables, se despidió por unos días de las luciérnagas, de su estrella y del susurro de los gigantes, y partió dejándose guiar por aquella luz intermitente y tenaz. Voló permitiendo que el viento soplara en sus alas transparentes, se agarró de la nariz de un delfín, de la aleta de un tiburón, navegó sobre la cabeza de una ballena. Cabalgó gaviotas y cormoranes. Escuchó el consejo de las tortugas, brincó con los saltamontes y llegó, confundida en un enjambre de libélulas hasta la fuente de la luz. Allí, coqueto y elegante, la esperaba satisfecho, el faro de Capri. El hada lo contempló pensativa, tratando de adivinar por qué aquella criatura tan hermosa la había llamado y cuál era su mensaje. Él parpadeó unos destellos tímidos, bizqueó, se le atragantó la luz cuando intentó decirle algo, se le sonrojaron los ladrillos reflejando en el cielo un atardecer tornasolado y al final, logrando centellear otra vez más allá del horizonte, iluminó unas palabras con su código de brillos y le dijo: quería verte bailar.