Hoy una muestra de la cara que más me gusta de Sucede: Oscura pero con el toque de poesía.
Se le hizo añicos el alma (minicuento)
Ya no hay castillos en la isla de Tul, tras la caída del imperio, asesinaron al rey y a la reina y demolieron sus hogares. El pequeño aprendiz de ser humano, que ya no creía en princesas, volvió a creer cuando la vio. Sentada junto a las ruinas del castillo, la princesa contaba las estrellas en una noche rasa. - Contar todas las estrellas lleva un tiempo - pensó el aprendiz sin querer interrumpirla. Pero la princesa paró de repente de contar estrellas, ante la que más brillaba en el firmamento. - Esta es mi oportunidad - pensó el proyecto de humano. Se acercó a ella, que obnubilada aún por el candor de aquél astro, le dedicó su mejor mirada. La princesa y el casi humano se dedicaron sus mejores palabras, y el aprendiz volvió a casa con el corazón palpitando, pensando que Tul volvía a ser de colores. Pasaron los días y las noches contemplando las estrellas, hasta que un día amaneció nublado, unas nubes grises, casi negras, cubrieron el cielo. La noche fue igual que el día, y entonces, ante la imposibilidad de contemplar las estrellas, se miraron a la cara. En realidad, el aprendiz nunca había mirado a las estrellas, siempre, siempre le miraba a ella, a su princesa. Y entonces, cuando sus miradas se cruzaron, ella bajó la cabeza. El aprendiz se quedó helado, pues de la princesa se había enamorado. Entonces le preguntó, - ¿por qué bajas la cabeza? - A lo que la princesa le respondió, - porque otras estrellas iluminan mi sendero. Y desde entonces el aprendiz está petrificado junto a las ruinas del castillo. Dejó entonces de ser humano, para convertirse en piedra. Y a sus pies, junto a sus lágrimas, su alma hecha pedazos.
Instintos
Oscilante, la llama recapacita sobre que rincón iluminar de esta oscura habitación. Mientras, laten dos corazones al unísono formando un único torso. La brisa nocturna se filtra por una rendija imperceptible de la roñosa ventana, y el aluminio se torna frío cuando el sol abandona un día cualquiera de octubre, como si fuera hoy, o ayer, o tal vez mañana, pues el tiempo es sólo tiempo, nada más, es esperar a que las aguas se salgan del cauce para volver a él más sosegadas, lamiendo las aceras de nuestra cordura ilimitada. Piel, piel que cubre carne, que roza otra piel que cubre otra carne; terminaciones nerviosas que forman caminos no visibles entre tu alma y la mía. Besaré el musgo de tus amaneceres en mis anocheceres, y recorreré tus senderos como un zapador preparando el terreno aunque ese mismo barro en el que cava la zanja al final beba su sangre. Y el satén de tu mirada y el olor de tus sonrisas será la religión por la que nunca discuta. Quien dijo que volverían las oscuras golondrinas era un visionario, y entre plumas negras y arcillosos nidos puedo asegurar por fin, que estamos mucho más que vivos.
Incidencia 2341 de un alma en defunción
Se escapa por la comisura de mis labios, por debajo de las uñas y por los poros de mi piel. Es la incidencia dos mil trescientas cuarenta y una de esta alma marchita que porto. Y no hay luz que me alumbre ni brújula que me guie, porque estar acabado consiste en eso, en morir como un insecto aplastado contra la pared. Solsticios de invierno y de verano que tan solo consiguen alterar más una cordura ya de por sí desvencijada que se preocupa más de molestarme que de cualquier otra cosa. Dios, ¿estás? ¿Por qué no sujetas las lágrimas que se me caen? ¿Por qué no me concedes un tiro de gracia? Me duele todo. Y tú sin embargo, princesa, me sigues soplando, mitigando el calor de estás brasas que vomita mi corazón. Es demasiado tarde para solventar esta incidencia; la dos mil trescientos cuarenta y uno será la última que tenga.
Sin salida
¿Te acuerdas de mí? El que maldecía las horas e incluso los minutos. A tu lado, en ese lugar tan concreto les decía “Dadme más, dadme más”. Pero el tiempo, que perece, que subyuga ante el espacio como una sonrisa en el anfiteatro de tus penas, me ponía trabas, me insultaba, durando ni más ni menos que lo que tenía que durar. Y ahora ya no soy nada; un recuerdo, ni siquiera un recuerdo. Muerte bastarda, déjame en paz, ronda a tu puta madre. Con tu casaca hago pañuelos, pañuelos negros, negros, como un abismo imperecedero y letal. Pero si sale mal, si no encuentro la salida de este laberinto de tierra que me contiene y me descompongo como un susurro en el viento… ¿pensarás en mí?
Ocres mares
Los restos de las tempestades no siempre forman regueros de sangre. En esta ocasión sí; desde las impolutas telas algodonadas, hasta la ensangrentada blusa, hay un camino a base de gotas rojas que demuestra que en los amarillentos campos de trigo también se esconden tiburones.
Agua
Agua - por Juanlu (http://dididibujos.blogspot.com/) Gracias por ilustrar este microrrelato! |
Clara. Mirada limpia, en general pulcra. A las tardes libra, aunque es acuario. Tal vez ese sea el motivo de su predilección por el agua. Se asoma al acantilado y se queda hipnotizada por el rumor de las olas al romper contra las rocas. Es tan cristalina que su disolución es completa tras la caída. Su ropa sobre la arena infiere conclusiones dolorosas que no lo son tanto. Tan solo fue magnetismo, volver al elemento del que no tenía que haber emergido. Nunca debió tener cuerpo, sólo ser lo que siempre ha sido.