viernes, 11 de noviembre de 2011

Selección~~Sucede

Hoy una muestra de la cara que más me gusta de Sucede: Oscura pero con el toque de poesía.





Se le hizo añicos el alma (minicuento)

Ya no hay castillos en la isla de Tul, tras la caída del imperio, asesinaron al rey y a la reina y demolieron sus hogares. El pequeño aprendiz de ser humano, que ya no creía en princesas, volvió a creer cuando la vio. Sentada junto a las ruinas del castillo, la princesa contaba las estrellas en una noche rasa. - Contar todas las estrellas lleva un tiempo - pensó el aprendiz sin querer interrumpirla. Pero la princesa paró de repente de contar estrellas, ante la que más brillaba en el firmamento. - Esta es mi oportunidad - pensó el proyecto de humano. Se acercó a ella, que obnubilada aún por el candor de aquél astro, le dedicó su mejor mirada. La princesa y el casi humano se dedicaron sus mejores palabras, y el aprendiz volvió a casa con el corazón palpitando, pensando que Tul volvía a ser de colores. Pasaron los días y las noches contemplando las estrellas, hasta que un día amaneció nublado, unas nubes grises, casi negras, cubrieron el cielo. La noche fue igual que el día, y entonces, ante la imposibilidad de contemplar las estrellas, se miraron a la cara. En realidad, el aprendiz nunca había mirado a las estrellas, siempre, siempre le miraba a ella, a su princesa. Y entonces, cuando sus miradas se cruzaron, ella bajó la cabeza. El aprendiz se quedó helado, pues de la princesa se había enamorado. Entonces le preguntó, - ¿por qué bajas la cabeza? - A lo que la princesa le respondió, - porque otras estrellas iluminan mi sendero. Y desde entonces el aprendiz está petrificado junto a las ruinas del castillo. Dejó entonces de ser humano, para convertirse en piedra. Y a sus pies, junto a sus lágrimas, su alma hecha pedazos.


Instintos

Oscilante, la llama recapacita sobre que rincón iluminar de esta oscura habitación. Mientras, laten dos corazones al unísono formando un único torso. La brisa nocturna se filtra por una rendija imperceptible de la roñosa ventana, y el aluminio se torna frío cuando el sol abandona un día cualquiera de octubre, como si fuera hoy, o ayer, o tal vez mañana, pues el tiempo es sólo tiempo, nada más, es esperar a que las aguas se salgan del cauce para volver a él más sosegadas, lamiendo las aceras de nuestra cordura ilimitada. Piel, piel que cubre carne, que roza otra piel que cubre otra carne; terminaciones nerviosas que forman caminos no visibles entre tu alma y la mía. Besaré el musgo de tus amaneceres en mis anocheceres, y recorreré tus senderos como un zapador preparando el terreno aunque ese mismo barro en el que cava la zanja al final beba su sangre. Y el satén de tu mirada y el olor de tus sonrisas será la religión por la que nunca discuta. Quien dijo que volverían las oscuras golondrinas era un visionario, y entre plumas negras y arcillosos nidos puedo asegurar por fin, que estamos mucho más que vivos.


Incidencia 2341 de un alma en defunción

Se escapa por la comisura de mis labios, por debajo de las uñas y por los poros de mi piel. Es la incidencia dos mil trescientas cuarenta y una de esta alma marchita que porto. Y no hay luz que me alumbre ni brújula que me guie, porque estar acabado consiste en eso, en morir como un insecto aplastado contra la pared. Solsticios de invierno y de verano que tan solo consiguen alterar más una cordura ya de por sí desvencijada que se preocupa más de molestarme que de cualquier otra cosa. Dios, ¿estás? ¿Por qué no sujetas las lágrimas que se me caen? ¿Por qué no me concedes un tiro de gracia? Me duele todo. Y tú sin embargo, princesa, me sigues soplando, mitigando el calor de estás brasas que vomita mi corazón. Es demasiado tarde para solventar esta incidencia; la dos mil trescientos cuarenta y uno será la última que tenga.


Sin salida

¿Te acuerdas de mí? El que maldecía las horas e incluso los minutos. A tu lado, en ese lugar tan concreto les decía “Dadme más, dadme más”. Pero el tiempo, que perece, que subyuga ante el espacio como una sonrisa en el anfiteatro de tus penas, me ponía trabas, me insultaba, durando ni más ni menos que lo que tenía que durar. Y ahora ya no soy nada; un recuerdo, ni siquiera un recuerdo. Muerte bastarda, déjame en paz, ronda a tu puta madre. Con tu casaca hago pañuelos, pañuelos negros, negros, como un abismo imperecedero y letal. Pero si sale mal, si no encuentro la salida de este laberinto de tierra que me contiene y me descompongo como un susurro en el viento… ¿pensarás en mí?

Ocres mares

Los restos de las tempestades no siempre forman regueros de sangre. En esta ocasión sí; desde las impolutas telas algodonadas, hasta la ensangrentada blusa, hay un camino a base de gotas rojas que demuestra que en los amarillentos campos de trigo también se esconden tiburones. 


Agua

Agua - por Juanlu (http://dididibujos.blogspot.com/)
Gracias por ilustrar este microrrelato!

Clara. Mirada limpia, en general pulcra. A las tardes libra, aunque es acuario. Tal vez ese sea el motivo de su predilección por el agua. Se asoma al acantilado y se queda hipnotizada por el rumor de las olas al romper contra las rocas. Es tan cristalina que su disolución es completa tras la caída. Su ropa sobre la arena infiere conclusiones dolorosas que no lo son tanto. Tan solo fue magnetismo, volver al elemento del que no tenía que haber emergido. Nunca debió tener cuerpo, sólo ser lo que siempre ha sido.



martes, 11 de octubre de 2011

¿Te gustan los gigantes?~~Pedro


Si la respuesta a la pregunta del título es sí es obligado visitar a nuestro experto en gigantología

Sobretodo porque estas tres historias sólo son algunas de las muchas que me gustan y que podréis encontrar visitándolo.


Sorpresa en el desván



Al gigante le asoman en los bolsillos agujas de pino, pájaros diminutos, insectos que cambian de color. Y lleva en las manos recortes del paisaje y sombra fresca a la orilla de una charca verde. Ha pasado la tarde almacenando en el desván. Apartando los trastos inútiles, dejando espacio a cada nuevo tesoro. Más tarde, ha reproducido con encanto un rinconcillo del bosque. Junto a un caballo de madera y una pila de cuadernos de la escuela se mecen los tilos, se escucha el rumor del agua, se perciben los aromas de la hierba, los viejos tiempos y la resina. Ahora el gigante observa su obra satisfecho, solo falta un detalle. Se pone de puntillas y estira un brazo a través del ventanuco hasta quebrar un borde de la luna, para colgarlo en el cielo raso, donde solo había una bombilla polvorienta. Y ya es feliz. Recorre los caminos del pequeño bosque que acaba de construir hasta unos árboles que limitan con unas cajas llenas de ropa usada. Allí se sienta, se oculta entre las frondosas copas de los olmos y silba valses que no existen pero que suenan delgaditos entre las rendijas del suelo. A la noche, cuando los compromisos están cumplidos, la chica vuelve a casa. Trajina en el piso de abajo, baila unos pasos inventados con la sombra de alguien que imagina. Luego, de repente, todo se queda en silencio, se apagan las luces. Tal vez se haya encendido una sospecha. Pasan algunos minutos, el gigante siente millones de mariposas en el estómago, pero él calcula que por lo bajo lo menos mil trillones. Y escucha entonces el grito de sorpresa. La ve salir de la casa y entrar en el desván, y dejar el desván y acometer su bosque, corriendo hacia él entusiasmada como una manada de bisontes en estampida. Y la luz de la luna es la luz que le faltaba a la noche, multiplicada por su alegría y las luciérnagas.


Como quien se deja regalar


Una luciérnaga en el nido de un petirrojo atrae la curiosidad del gigante. Al soplarlo, el bichito de luz parpadea la dirección del hueco en el tronco de un castaño. Como esperándole, en el hueco del castaño, el gigante descubre una hoja de otoño con el dibujo de una estrella y una cáscara de nuez llena de agua salada con sabor a Mediterráneo. Hacia el sur de la isla de Capri, en el fondo marino, camuflada entre una familia de ballenas azules, en cuanto nota su presencia se lanza a la carrera una estrella de mar fugaz. El gigante bucea siguiendo su estela hasta llegar a una cueva excavada entre arrecifes. Allí divisa por fin su premio, una caja diminuta de color rojo brillante, cerrada con un lazo de algas azules que el gigante deslía con la ayuda de un caballito de mar. Al destaparla, en el fondo mullido de confetis encuentra a su hada, esperándole, con carita de mala, acostumbrada a hacerle recorrer el mundo detrás de un juego de pistas. El gigante se pone contento, salta de alegría hasta golpearse la cabeza, le sopla huracanes en el pelo y espera que ocurra el pequeño milagro en que ella se echa a un lado, le dice ven, y él, doblando las piernas, cuadriculando los brazos, se acurruca a su lado y se deja regalar.


La llamada


Desde su refugio entre las hojas del bosque de los gigantes, el hada pasaba horas contemplando diminutas luces que a veces eran cercanas luciérnagas que se paraban a saludar, y otras, alguna estrella lejana que le titilaba brillos inspiradores de sueños. Pero últimamente, una nueva luz, amarilla y poderosa, destellaba en el horizonte haciéndole señales al hada. De dónde vendría aquella luz o qué mensaje quería darle, el hada lo ignoraba, así que se levantó muy decidida de entre sus hojas confortables, se despidió por unos días de las luciérnagas, de su estrella y del susurro de los gigantes, y partió dejándose guiar por aquella luz intermitente y tenaz. Voló permitiendo que el viento soplara en sus alas transparentes, se agarró de la nariz de un delfín, de la aleta de un tiburón, navegó sobre la cabeza de una ballena. Cabalgó gaviotas y cormoranes. Escuchó el consejo de las tortugas, brincó con los saltamontes y llegó, confundida en un enjambre de libélulas hasta la fuente de la luz. Allí, coqueto y elegante, la esperaba satisfecho, el faro de Capri. El hada lo contempló pensativa, tratando de adivinar por qué aquella criatura tan hermosa la había llamado y cuál era su mensaje. Él parpadeó unos destellos tímidos, bizqueó, se le atragantó la luz cuando intentó decirle algo, se le sonrojaron los ladrillos reflejando en el cielo un atardecer tornasolado y al final, logrando centellear otra vez más allá del horizonte, iluminó unas palabras con su código de brillos y le dijo: quería verte bailar.


viernes, 30 de septiembre de 2011

El fruto del desvelo~~Nicolás Jarque

Traigo esta historia aquí por dos motivos:
El primero es que estoy acostumbrada al hecho aparente de que Nicolás  escribe corto y bien; así que encontrar esto en su blog ha sido una muy agradable sorpresa.
La segunda es que me enamoré de la historia al llegar al punto final.
Disfrutadla.




De madrugada el viento que fuera sacudía la oscura noche me despertó. La violencia de su ataque se hacía sentir en la estructura de mi humilde cabaña. Temí que la cimentación no aguantara en tierra y saliera volando. Para evitar el mareo que me provocarían las alturas, del cajón de la mesita saqué una Biodramina y la ingerí. Fue justo en ese momento cuando escuché un golpe seco sobre mi casa. Me asusté.  Desesperado recé como me enseñó mi madre para ahuyentar al hombre del saco, de nada sirvió. Los golpes se repetían, eso provocó que mi atención los localizara en la puerta. Aún no entiendo de donde extraje la valentía para abandonar mi cama y dirigirme a la puerta. Delante de ella, un último golpe confirmó mis sospechas, el viento insistía y llamaba con ganas de entrar, así que abrí. La sorpresa nos unió a una extraña sombra encapuchada y a mí porque al ver mi cara salió a la carrera dejando olvidada una cesta en la entrada de mi cabaña. En otro momento seguramente hubiese actuado de forma diferente de cómo lo hice, pero esa vez, agarré la cesta y salí corriendo detrás de la sombra. Le gritaba para que se detuviera, recordándole su olvido y tranquilizándola, haciéndole saber que yo era hombre de paz. Pero mis palabras sólo sirvieron para aumentar su ritmo y aflojar el mío. Mi corazón alterado frenó en seco mi marcha comprobando como la sombra se perdía en la oscuridad del bosque. Regresé maldiciendo a todo mi cuerpo por la poca resistencia que había demostrado, un chasquido en la rodilla me calló. Ya en mi cabaña deje la cesta olvidada por aquella sombra sobre la mesa de la cocina, pues no quería descubrir lo que en su interior escondía, aunque sospechaba lo que era, en muchas películas se había repetido una escena como esta. Yo no estaba preparado para ser padre ni quería volver a la ciudad a devolverlo – muchas explicaciones que me retendrían allí - ni mucho menos abandonarlo a su suerte. Por eso movido por la ternura, me acerqué a la cesta, retiré la manta que lo cubría y mis ojos descubrieron a un precioso... microrrelato. Entonces lo entendí, la criatura era el fruto de un encuentro en una noche desvelada entre una musa y yo.




lunes, 26 de septiembre de 2011

Micronocito~~Carlos Burgos

Otro sitio donde dejar que os sorprendan de cien maneras distintas. Aquí las cosas se rigen por otra  ley. Y nunca será la vuestra.


El micronocito imbellis, o micronocoide alaris, es un insecto prácticamente invisible por su tamaño diminuto y por la velocidad con la que vuela; puede batir sus alas mil veces por segundo (cinco veces más rápido que un colibrí). 
Es tan rápido que si pasa cerca de cualquierreloj, aunque sea de arena, lo retrasa. Su vuelo genera una onda cronosísmica capaz de detener por un instante el tiempo. Pero no cualquier tipo de tiempo, me refiero sólo al tiempo formal, al cronometrado; ese que decide quién es el ganador en un mundial de atletismo. El tiempo que derrochamos pensando en las musarañas (pariente lejano del micronocito), o ese otro que nos hurta el placer, están totalmente a salvo; porque carecen de nutrientes para esta criatura, que se alimenta, en verdad, de la paciencia del cualquier relojero, o desquiciando a cualquier juez cronometrador.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Hank Moody~~Un cuento a escala



Fiel a su filosofía de lo breve Hank Moody construye relatos a escala.
Os gustará perderos entre su brevedad para encontrar lo bueno. 




En un lateral del carril por el que paseo, escondido tras una mole de lentiscos, descubro otro camino más humilde —ni siquiera tiene nombre—, tan estrecho que los codos casi rozan en los muros vegetales que lo flanquean. Me adentro unos metros por él y me sumerjo en otro paisaje, sin mar ni campos de almendros alrededor, solo un pasillo que parece interminable, que se encoge hasta desaparecer en verde. Y me encoge también a mí: la ropa me queda enorme y termino por dejarla atrás. Desnudo y descalzo, me adentro más aún hasta pasar dos curvas, y ahora ya es un tubo oscuro en el que apenas logro verme los pies, tan chicos que cabrían ambos en una cáscara de avellana. Al final, lejos todavía, parece abrirse un claro pequeño y algo más iluminado. Cuando llego, me encuentro con una casa blanca y tan diminuta que se escala a la perfección con la pequeñez de mi cuerpo, que ahora no es mayor que el de un colibrí enano. Golpeo la aldaba con miedo pero intrigado: «si he llegado hasta aquí, no puedo volverme atrás».
La puerta se abre con un ruido atronador, aunque no tanto como la voz del gigante que me invita a pasar. De pronto, todo allí se me hace descomunal, con una desproporción perfecta pero tan inmensa que apenas logro identificar los muebles y los enseres. Aquel ser de piernas kilométricas no tarda en alzarme sobre la palma de su mano, y me observa con la misma curiosidad con que yo descubro —ya no asustado, sino alucinado— que su rostro es como el mío, pero multiplicado por mil. Desde las alturas, compruebo que aquella estancia inmensa no es otra que mi propia casa, que aquel personaje de cuento soy yo a escala descomunal, que la silla donde se sienta y el teclado en el que me posa son mi silla y mi teclado; mi vida, en fin, inmensa pero mía.
Ahora dudo si él es un gigante o yo una copia milimetrada, si la casa es suya y el ordenador también, pero con los días estoy aprendiendo a saltar de tecla en tecla, y giro la rueda del ratón como si fuera la noria de una feria. Creo que muy pronto habré terminado este cuento y, quién sabe, quizá todo recupere su escala natural.

domingo, 14 de agosto de 2011

Luisa Hurtado~~~~~Juanlu



Aquí os traigo un micro de Luisa Hurtado ilustrado por Juanlu.
No es un micro cualquiera, es uno de los micros ecológicos de una fantástica iniciativa a la que se está apuntando mucha gente.
Por si no les conocéis os diré que Luisa es una de las personas más animosas y agradables que me he encontrado. Y Juanlu, aparte de compartir esas cualidades a las que me he referido antes, sabe capturar la esencia de lo importante en sus dibujos. No  perdáis la ocasión de visitarlos. Vale la pena. 
Y si decidís participar con vuestro micro ecológico, podéis mandarlo al correo indicado al final de esta entrada.
Guerra química
-Creo que no estamos solas-dijo ella.
Y con la siguiente respiración, su vuelo comenzó a ser errático hasta que cayeron inmóviles con las patas hacia arriba.  
Ilustración hecha por Juanlu/Luiyi  (http://www.dididibujos.blogspot.com/)
Envía tu micro ecológico a Luisa Hurtado (http://microrrelatosalpormayor.blogspot.com/)



sábado, 6 de agosto de 2011

Ana Vidal~~La cura

Hoy os traigo un montón de sorpresas, que quizá para algunos no lo sean tanto pero sean un descubrimiento para otros.
Para quien se haya despistado; os traigo un microrrelato de Anita Dinamita.
Pero, atención!!!!
No es un microrrelato cualquiera. 
Es el primer microrrelato ecologista de una iniciativa compartida entre Anita, Luisa Hurtado y mucha más gente, que se ha sumado con ilusión a la tarea de recolectar microrrelatos relacionados con la importancia de cuidar el planeta y todas las cosas que merece la pena conservar.
Aquí lo tenéis. Como anticipación de la calidad que podéis encontrar en lo que escribe.
Y por si os animáis a participar os dejo aquí el lugar al que tenéis que enviar el vuestro: microsalpormayor@gmail.com



La cura

            
        Se sentía cansado, llevaba mucho tiempo buscando médicos, medicinas, y soluciones para la enfermedad de su nieta, pero no había dado con nada. Como todas las enfermedades "raras" no había dinero suficiente para investigación, él sabía lo que era eso, decidir donde iban a parar los fondos públicos, elegir entre lo urgente y lo necesario, y lo que querían quienes mandaban de verdad. Pero no se sentía culpable por ello, su trabajo había sido en Medio Ambiente y no en Sanidad.
            Cuando todo estaba perdido, y la pobre criatura se debatía entre el aquí y el allá, sonó el teléfono. Era un científico, un viejo conocido, le habló de una posible cura, de las investigaciones llevadas a cabo en su laboratorio, de los progresos conseguidos. Su sonrisa se dibujó por unos momentos hasta que el viejo investigador le dijo que la medicina se hubiera podido fabricar, pero que la especie necesaria para ello se había extinguido hacía unos años.
            Conocía bien al bicho palo palmero, quebradero de cabeza durante muchos años, respiró tranquilo cuando le dijeron, hacía años, que por fin se había extinguido y ya podían construir aquél campo de golf donde habitaba.

Microrrelato escrito por Ana Vidal (http://relatosdeandarporcasa.blogspot.com)
Ilustración hecha por Juanlu/Luiyi (http://www.dididibujos.blogspot.com/)